En julio pudimos hacer llegar una compra de alimentos y productos básicos, valorado en aproximadamente 100 €, a 9 familias que forman parte de este proyecto. Cada compra incluye pollo, cerdo, embutidos, huevos, aceite, legumbres, pastas y artículos de aseo personal, que representan un alivio inmenso en medio de tantas carencias.
Las palabras de Ricardo1 de 66 años, convaleciente de leucemia, reflejan la dura realidad que enfrentan día a día: «Hijo, lo que aquí estamos sufriendo no tiene precio ni nombre… solo tenemos 3 horas de corriente al día, yo cocino pollo para dos días para que me dure más… Gracias por la compra, que Dios los recompense con mucha salud y éxitos en sus vidas.»
También Pedro, luchando contra la leucemia y sometido a quimioterapia, nos escribió: «Gracias al apoyo y acciones de personas como ustedes, continúo hacia adelante. Reciban mi más eterna gratitud.»
Cada compra no es solo alimento: es consuelo, esperanza y compañía en medio de la enfermedad, los apagones y la soledad.
Gracias a cada persona que hace posible esta acción. Tu ayuda mejora la vida de quienes más lo necesitan.
Pierre Bourdieu, uno de los sociólogos más influyentes del siglo XX, analizó cómo las desigualdades sociales no se sostienen solo en la economía, sino también en formas simbólicas y culturales que refuerzan jerarquías y posiciones sociales. Para ello desarrolló el concepto de capitales: recursos que los individuos acumulan y que pueden convertirse en poder dentro de un campo social determinado.
1. Capital económico
Es el más evidente: recursos materiales y financieros (dinero, propiedades, bienes).
→ Ejemplo: una familia con gran poder adquisitivo puede pagar colegios privados, viajes al extranjero o tratamientos médicos exclusivos.
→ Ejercicio de poder: quienes poseen más capital económico influyen en el acceso de sus hijos a mejores oportunidades educativas y laborales.
2. Capital cultural
Incluye conocimientos, títulos académicos, competencias lingüísticas, hábitos de consumo cultural y la capacidad de «saber moverse» en ciertos contextos.
→ Ejemplo: alguien que domina varios idiomas y conoce referentes artísticos universales puede desenvolverse con soltura en ambientes internacionales.
→ Ejercicio de poder: el capital cultural legitima a ciertas personas como “cultas” y a otras como “ignorantes”, generando jerarquías simbólicas.
3. Capital social
Se refiere a las redes de relaciones y contactos que facilitan el acceso a oportunidades.
→ Ejemplo: conseguir un trabajo bien remunerado gracias a la recomendación de un conocido influyente.
→ Ejercicio de poder: quienes tienen amplias redes pueden obtener ventajas sin necesidad de poseer gran capital económico.
4. Capital simbólico
Es el reconocimiento, prestigio y legitimidad que se otorga a un individuo. Funciona como una “aura” de autoridad.
→ Ejemplo: un profesor universitario reconocido tiene capital simbólico que le permite influir en debates sociales, aunque no sea millonario.
→ Ejercicio de poder: el prestigio da capacidad de imponer definiciones de lo que se considera válido, verdadero o respetable.
Ejercicio del poder según Bourdieu
El poder, para Bourdieu, no se ejerce solo de manera explícita (como una orden o coacción), sino también de forma simbólica y sutil. Esto ocurre cuando las jerarquías parecen “naturales” o “justas”, aunque en realidad responden a desigualdades en la distribución de capitales.
Ejemplo
En una entrevista de trabajo, dos candidatos con igual formación académica no son evaluados igual. El que domina un código cultural cercano al del entrevistador (forma de hablar, gustos, modales) tiene ventaja, aunque esto no se note de forma explícita.
Aquí el poder se ejerce a través del capital cultural y simbólico, no únicamente del económico.
Conclusión
Para Bourdieu, comprender la dinámica de los capitales permite desenmascarar cómo se reproducen las desigualdades. El poder no solo está en “tener dinero”, sino también en la capacidad de transformar capital económico en prestigio, en redes sociales o en cultura, manteniendo así posiciones de ventaja en los distintos campos de la vida social.
Conozcamos qué significa vivir al borde para sentirse vivo
Correcciones | María Jesús Aranda
Adobe Firefly
Hay quienes saltan desde un acantilado. Otros viajan sin plan, gastando lo poco que tienen en una experiencia irrepetible. Muchos buscan en la noche esa intensidad que la rutina no les da.
La constante es la misma: el límite se convierte en un lenguaje. Un grito silencioso que dice: “quiero sentirme parte de algo, quiero recordar que estoy vivo”.
Las experiencias extremas son el escenario donde los jóvenes —y no tan jóvenes— negocian su identidad. El riesgo no es solo riesgo: es pertenencia, es reconocimiento, es catarsis.
La cultura del exceso como pertenencia
Vivimos en un tiempo donde la experiencia vale más que la cosa. No importa tanto tener un coche como poder contar que cruzaste Europa en tren. No se trata de la cerveza en sí, sino de la noche que recordarás (o grabarás).
Detrás de cada exceso late algo profundamente humano, una búsqueda desenfrenada de sentido auténtico.
¿Qué es lo que mueve realizar experiencias extremas?
1. El estatus instantáneo
En la era digital, la validación no se mide solo en aplausos en la discoteca o gritos en la playa. Se mide en “me gusta”, en visualizaciones, en comentarios que confirman que “estuviste ahí” y que tu experiencia fue única. El salto desde un puente, el after interminable o el festival maratónico se convierten en credenciales sociales. El riesgo otorga prestigio inmediato, aunque sea efímero. La frase es clara: “si no está en redes, no pasó”.
2. La experiencia vivida para contarla
Ya no basta con consumir un producto, hay que vivir algo que pueda ser narrado. Comprar una entrada no es adquirir acceso a una fiesta, sino comprar la posibilidad de un recuerdo épico. De ahí que cada detalle importe: el dress code, la foto con el DJ, el vídeo del amanecer, la historia que se cuenta después. La experiencia no termina en el momento vivido, sino en el relato que se comparte. Como decía Pine & Gilmore, hemos pasado de poseer cosas a poseer historias.
3. Identidad del yo que se construye en el riesgo
El sociólogo Stephen Lyng lo llamó edgework, es esa frontera donde uno se mide a sí mismo. Al poner el cuerpo en juego —saltando, bailando, desafiando el cansancio o la seguridad— se produce una sensación de autenticidad. Es el relato clásico: “yo estuve allí, hice esto, sobreviví”. El riesgo no es solo adrenalina es también identidad. En cada desafío se construye un yo que se siente más fuerte, más valiente y más real.
4. La inestabilidad que empuja a los excesos
Muchos de los que buscan intensidad lo hacen desde un presente frágil: contratos temporales, sueldos bajos, viviendas imposibles. El futuro es incierto, así que el presente se exprime hasta el límite. Se puede decir entonces, de día la precariedad y de noche el sentido de control simbólico: aquí decido yo, aquí tengo el poder de brillar aunque sea unas horas. La falta de horizontes estables empuja a vivir con más fuerza cada instante: la intensidad es un antídoto contra la incertidumbre.
5. Intensidad de la comunidad al límite
El límite no se vive en soledad. Lo que más importa es hacerlo acompañado. La fiesta, el salto, el reto: nada tendría sentido si no hubiera alguien al lado para decir “yo también estuve allí”. En esa complicidad extrema, se gesta una forma de fraternidad. Una tribu efímera, pero intensa, donde lo central no es lo que haces, sino con quién lo haces.
Luces y sombras
Sin embargo la frontera entre el disfrute y el peligro es frágil. La adrenalina es lo que une, sí, pero también desgasta. La búsqueda de intensidad puede volverse una adicción. El Alcohol, las drogas, el sexo sin cuidado y además donde el consentimiento es difuso.
El riesgo es un espejo que puede reflejar valentía y al mismo tiempo vulnerabilidad.
Y ahora, ¿qué hacemos?
No basta con poner límites al riesgo ni con señalar lo destructivo. La tarea es mucho más grande: abrir horizontes. Porque detrás de cada experiencia extrema, por más caótica que parezca, vibra un deseo legítimo de pertenencia, de ser escuchado, poder expresarse y vivir con un sentido.
Desde el tercer sector lo sabemos bien. Hemos visto cómo esa energía que a veces se derrama en la fiesta, en la noche o en el exceso, puede encontrar un cauce más profundo y fecundo. Esa misma necesidad de comunidad en una discoteca, puede transformarse en una comunidad de fraternidad real, la que se construye cuando uno decide arriesgar su tiempo, su talento o incluso su comodidad para ponerse al servicio de los demás.
La intensidad no está solo en la autodestrucción. También se encuentra en la entrega. Quien cruza medio mundo para colaborar en la Casa de los Niños en Bolivia sabe lo que significa un desafío extremo: no se trata de sobrevivir a una noche, sino de arriesgar el corazón para transformar la vida de alguien. Quien acompaña a un inmigrante recién llegado, en sus miedos y esperanzas, también experimenta una forma de adrenalina: la que nace de saberse parte de algo mucho más grande que uno mismo.
Y, sobre todo, la pertenencia real no está en un vídeo viral ni en un amanecer compartido con desconocidos, sino en esa tribu que no se disuelve al día siguiente, sino que permanece y se sostiene en el tiempo.
Por eso, la pregunta no es cómo impedir que los jóvenes busquen intensidad. Esa búsqueda es legítima y siempre estará ahí. La verdadera cuestión es cómo acompañarlos a encontrar lugares donde esa intensidad no se convierta en autodestrucción, sino en fraternidad.
¿Tienes alguna experiencia extrema que quieras compartir? Tu experiencia podría ser motivadora.
En tiempos de incertidumbre política, crisis ecológica y pérdida de cohesión social, resurgen con fuerza las propuestas que colocan el bien común en el centro del debate. Frente al dominio del mercado y la rigidez del aparato estatal, se abren paso nuevas formas de organización que no se limitan a responder a la urgencia, sino que buscan reconfigurar las relaciones de poder desde la base: con participación, reciprocidad y corresponsabilidad.
Como plantea el dossier El Procomún y los Bienes Comunes de Economistas sin Fronteras, las experiencias de gestión colectiva no nacen sólo por eficiencia, sino como resultado de tensiones políticas y sociales que dan forma a sujetos capaces de gobernarse a sí mismos y a sus recursos comunes
Es decir, cuando las instituciones tradicionales no responden, las comunidades se reinventan.
Superar las “islas de poder”: hacia una visión estratégica común
En muchas organizaciones, cada área opera como si fuera un pequeño territorio autónomo, protegiendo su cuota de poder, su lógica operativa y su lenguaje técnico. Esta fragmentación puede parecer funcional, pero impide construir un proyecto común que oriente a todos en una misma dirección.
→ Pensar desde el tejido – y no desde las piezas
La recuperación del bien común no requiere un ideal abstracto, sino un cambio tangible: pensar desde el tejido y no desde las piezas. Tal como señala Ángel Calle, el desafío no es sólo resistir a la lógica mercantil, sino construir redes autogobernadas, con reglas claras, participación activa y horizonte político compartido
Ejemplos que iluminan un camino posible
Estrategias confederales: Organizaciones como Ecologistas en Acción han estructurado sus decisiones en redes de asambleas locales conectadas entre sí. Así, se garantiza tanto la autonomía territorial como la coherencia estratégica, sin caer en el centralismo.
Circuitos de reciprocidad: Redes de economía solidaria, cooperativas de trabajo, huertos urbanos o espacios de intercambio de saberes han demostrado que es posible organizar la vida cotidiana sobre principios no mercantiles: confianza, beneficio mutuo, corresponsabilidad.
Infraestructura compartida: Desde software libre hasta herramientas comunitarias, hay ejemplos claros de cómo las infraestructuras —físicas o digitales— pueden convertirse en bienes comunes cuando se comparten, mantienen colectivamente y se protegen del uso extractivo.
Una invitación desde la Fundación Giordani
La Fundación Giordani, inspirada por el legado del pensamiento de Igino Giordani —quien entendía la política como expresión de fraternidad, y la comunidad como camino de plenitud—, reflexiona y actúa sobre lo que significa hoy trabajar por y para el bien común.
No se trata de proclamar compromisos formales, sino de sugerir prácticas posibles y replicables en distintos niveles:
→ A nivel personal
Revisar nuestros hábitos de consumo, formas de colaborar y maneras de sostener lo cotidiano:
Elegir prácticas de consumo consciente: priorizar lo local, lo ético, lo que genera comunidad.
Ofrecer tiempo y habilidades a redes vecinales, comités escolares, grupos culturales o iniciativas de ayuda mutua.
Romper la lógica del aislamiento compartiendo recursos: desde el préstamo de herramientas hasta el apoyo emocional.
Practicar el reconocimiento: agradecer, visibilizar el trabajo invisible, celebrar lo común.
Preguntarnos a diario:
¿Qué de lo que hago construye vínculos? ¿Qué puedo dejar de hacer que alimenta la indiferencia?
→ En espacios de trabajo
Fomentar una cultura organizativa más colaborativa y orientada al bien común:
Generar espacios regulares para compartir aprendizajes, desafíos y propuestas entre áreas.
Usar herramientas comunes (calendarios, bancos de datos, materiales) que eviten duplicaciones y fomenten la transparencia.
Establecer turnos rotativos para tareas de soporte o cuidado logístico, visibilizando su valor.
Introducir prácticas simples como círculos de palabra, pausas comunitarias o mapas colaborativos de objetivos.
Promover la escucha activa en las reuniones: dar voz a todas las funciones, más allá de jerarquías.
Transformar las estructuras para que estén al servicio de las personas —y no al revés— implica revisar ritmos, lenguajes y formas de reconocimiento.
→ En organizaciones
Fortalecer institucionalmente una cultura del común requiere decisiones sostenidas y concretas:
Protocolos de participación real: asambleas periódicas, consultas abiertas, mecanismos de co-decisión.
Rendición de cuentas transversal: informes claros, revisión compartida de objetivos, presupuestos accesibles.
Redistribución de funciones: identificar sobrecargas, rotar roles de responsabilidad, evitar concentraciones de poder operativo.
Formación interna: procesos colectivos sobre temas como gestión ética, herramientas colaborativas, gobernanza participativa.
Evaluación de impacto social: no solo qué logramos, sino cómo lo hacemos y a quién beneficia realmente.
Alianzas con otras organizaciones para compartir recursos, aprendizajes y desafíos comunes, desde la horizontalidad.
Estas no son soluciones cerradas, sino aperturas intencionadas. Posibilidades para fortalecer el tejido social y político, desde lo cotidiano, desde lo institucional y desde lo territorial.
Allí donde hay organización, puede haber bien común. Y donde se lo cuida, puede crecer.
Lo común no se espera| se crea + se cuida + se sostiene.
La verdadera fraternidad no consiste en dar lo que me sobra, sino en compartir lo que somos.
voluntarios de tiro medio con donaciones
En tiempos donde el servicio puede transformarse en número, en slogan, la Fundación Giordani se detiene. Y propone algo profundamente disruptivo: volver al centro.
¿Qué pasa si pensamos el servicio no como un acto, sino como una estructura relacional? ¿Y si reemplazamos la idea de “asistir al otro” por la de caminar junto al otro?
Desde la fraternidad como sistema operativo y no como adorno ético, esta gramática del amor reconfigura cómo entendemos el dar, el acompañar y el estar.
Un enfoque que no solo interpela a quienes reciben, sino —sobre todo— a quienes donan. Porque en esta lógica, donar no es ofrecer desde el privilegio, sino participar activamente en la reconstrucción equitativa del tejido social.
Del acto individual al compromiso estructural
El servicio, en esta clave, no es un gesto voluntario, ocasional ni meramente compasivo. No es “ayudar al otro” desde una posición de superioridad moral o material. Como señala la socióloga Marina Subirats en sus trabajos sobre ciudadanía y justicia social, “la igualdad no se construye desde la lástima, sino desde la conciencia de derechos compartidos.”
Desde esta perspectiva, el donante no es benefactor, sino co-creador de justicia. El servicio ya no es una virtud personal, sino un deber relacional: porque el otro es igual a mí, porque no hay jerarquías en la dignidad, porque el tejido social se repara en el entretejido de reciprocidades, no de verticalidades.
El tejido social → se repara → en el entretejido de reciprocidades
El otro soy yo
El pensamiento del filósofo judío Emmanuel Lévinas nos ilumina profundamente en este punto: “El otro me convoca, me interpela, antes de toda elección.”El rostro del otro no me pide permiso: me exige responsabilidad. Para Lévinas, el servicio no es opcional, sino constitutivo del ser ético. La fraternidad comienza cuando reconozco que no hay “otros”, sino “nosotros”.
Filósofo judío emmanuel lévinas
Esta visión está en total sintonía con el principio fundacional de la Fundación Igino Giordani: unidad en la diversidad, donde cada persona es espejo de mi humanidad.
Dar sin condiciones no es dar más, es dar distinto
En su célebre ensayo “El don”, el antropólogo francés Marcel Mauss ya advertía que todo acto de dar está cargado de implicaciones sociales. Dar sin condiciones es romper con la lógica del control, del mérito o del retorno. Es, como diría Amartya Sen, trabajar no solo por la redistribución de recursos, sino por la ampliación real de capacidades y libertades.
Ayudar, muchas veces, encierra una expectativa: de gratitud, de transformación visible, de obediencia incluso. Servir, en cambio, es devolver al otro lo que es suyo por derecho, aunque no tenga cómo reclamarlo.
Políticas públicas con alma
En los Países Bajos, la política de “Welfare without pity” (bienestar sin compasión), defendida por la politóloga Monique Kremer, busca romper con el modelo asistencialista para construir una ciudadanía activa basada en la dignidad. No se trata de dar ayuda, sino de generar las condiciones estructurales para que nadie dependa de ella.
En Alemania, el modelo de“solidarische Stadt” (ciudad solidaria), implementado en Hamburgo, prioriza la co-decisión ciudadana en el uso de los fondos sociales. El don, así, se convierte en acto político: deja de ser “de arriba hacia abajo” y se vuelve horizontal, comunitario, estructural.
En España, la filósofa Victoria Camps defiende la ética del cuidado no como una tarea femenina o marginal, sino como núcleo político del bien común: “Cuidar no es servir a alguien, sino reconocer su vulnerabilidad sin dejar de reconocer su autonomía.”
Ejemplos que iluminan →
En Birmingham (Reino Unido), el proyecto CIVIC SQUARE, ubicado en el barrio de Ladywood, es una community interest company (CIC) un proyecto que busca co-diseñar y co-construir espacios públicos (Neighbourhood Public Square), democratizar acceso a recursos urbanos y permitir que los residentes diseñen, posean y gobiernen infraestructuras en transición ecológica y social.
En Ámsterdam, De Regenboog Groep es una organización que lleva más de cincuenta años acompañando a personas en situación de vulnerabilidad (pobreza, salud mental, adicciones, sinhogarismo). Centra su enfoque en la participación activa de las personas en su proceso de reintegración, promoviendo modelos de acompañamiento donde no se dirigen a ellas, sino que ellas son agentes de su propio camino.
En Madrid, acciones gestionadas por entidades locales, que promueven la corresponsabilidad y no la asistencia unilateral han acordado con el Ayuntamiento de Madrid a través de programas en barrios como en Usera, Villaverde, Carabanchel y Fuerzasitud, la intervención comunitaria. Fomentando la participación en colectivos con vulnerabilidad laboral tareas de cuidado del entorno urbano y apoyo mutuo.
Estos ejemplos nos enseñan que el servicio no se hace “por los demás”, sino «con los demás«.
Un desafío
Hay gestos que nacen de la obligación, y otros que florecen desde el alma.
En un tiempo donde el “ayudar” se convierte a menudo en una postal, una campaña o un impacto social, Hoy recordamos algo esencial: servir es amar, no desde la carencia, sino desde la igualdad.
Esta no es una historia de caridad ni de buenas intenciones. Es una historia de vínculos, de manos que no se extienden desde arriba sino que se entrelazan al mismo nivel. De personas que no ayudan “a los otros”, sino que construyen fraternidad real, porque entienden que el otro es yo.
En esta gramática del amor, la Fundación no actúa, late. Y cada latido tiene nombre, rostro y dignidad.
→ Acción cotidiana sugerida:
→ Pasa un día sin ofrecer nada que no aceptarías recibir tú mismo.
→ Cuando des, no pienses en lo que te sobra, sino en lo que tú valorarías si estuvieras del otro lado.
→ Mira a los ojos, pregunta el nombre, escucha sin apuro. A veces, el gesto más transformador no es lo que das, sino cómo lo das: desde la igualdad, no desde la distancia.
¿Te ha pasado que estás rodeado de gente, pero te sientes solo?
¿Has sentido que nadie te llama si tú no escribes primero? O que tus relaciones se han vuelto chats sin alma, o “quedadas” cada vez más espaciadas? No es solo tu sensación. Vivimos en una sociedad líquida, como la describió el sociólogo Zygmunt Bauman: las relaciones ya no son sólidas, sino frágiles, temporales, volátiles. Y en medio de esa fluidez, crece una soledad densa, pegajosa y constante. Hoy más que nunca necesitamos confluir.
CONFLUIR → ACERCANOS → CREAR COMUNIDAD
La epidemia silenciosa: Soledad
Aunque la soledad se asocia a la vejez, afecta cada vez más a los adultos jóvenes. Y lo hace de forma solapada: trabajo, redes sociales, pareja o hijos no garantizan conexión emocional.
Datos clave
→ En España, el 20 % de las personas se sienten solas; el 35 % de los jóvenes de 25-44 años lo viven con frecuencia (Gaceta Sanitaria).
→ En Alemania, más del 50 % de los jóvenes adultos reportan soledad moderada o severa.
→ En el Reino Unido, existe un Ministerio de la Soledad desde 2018.
Y lo más duro: la soledad mata. Aumenta el riesgo de depresión, ansiedad, insomnio, deterioro cognitivo y enfermedades cardiovasculares.
Bauman tenía razón (pero aún hay salida)
En la “modernidad líquida” de Bauman, todo se ha vuelto desechable: el amor, el trabajo, los vínculos. “Estamos hiperconectados, pero desconectados emocionalmente”, decía. Vivimos en burbujas personalizadas (algoritmos, gustos, ideologías), mientras evitamos el roce con el “otro”, sobre todo si es diferente, extranjero o simplemente no coincide con nuestro “feed”. Pero ahí fuera, a apenas un metro de tu zona de confort, hay alguien que también busca compañía, sentido y pertenencia. Ese otro desconocido, tiene más en común contigo de lo que crees: cansancio vital, necesidad de conversación sin pantallas, ganas de autenticidad.
¿Cómo empezar a salir de tu metro cuadrado?
Aquí van algunas acciones muy concretas para reconectar con otros (y contigo mismo):
Repite con intención: “No tengo que tener afinidad total para compartir una conversación” → Únete a grupos de lectura, arte o caminatas aunque no “conozcas a nadie”. → Prueba una cita de voluntariado mensual. No para salvar al mundo, sino para salir de ti. Inicia microconversaciones donde nunca lo harías → En el ascensor, en la cafetería, en la parada del bus. → “¿Tú también estás esperando el bus hace media hora?” rompe más barreras de las que crees. Organiza un “encuentro sin algoritmos” → Invita a 2-3 personas que se conocen poco entre sí, sin WhatsApp mediante. → El único requisito: traer una historia para compartir. Sin juzgar, solo por escuchar. Rediseña tu rutina con “puntos de confluencia” → Haz coworking en espacios compartidos (cafeterías, bibliotecas, colivings). → Deja de pedir todo por apps. Compra el pan y saluda. Lo cotidiano crea tejido social. Práctica la curiosidad sin expectativa Como podría decir el psicólogo Adam Grant,“la conversación no tiene que ser útil para ser valiosa”. Acércate a alguien sin pensar si es“tu tipo de persona”. Puede sorprenderte.
¿Qué están haciendo en otros países?
Reino Unido |“Social prescribing”: médicos que recetan actividades comunitarias. Campaign to End Loneliness realizan campañas para recuperar comunidad real.
Alemania |“Kiezlab” en Berlín: vecindarios que se autogestionan para cuidar a los solos. Clubes sociales intergeneracionales en parques y centros culturales.
España | Programas como SoledadES y Ayuntamientos que crean “mapas de la soledad” para actuar. Iniciativas como www.fundacionmariawolff.es.
No esperes a que te inviten Esperar a que “los demás” hagan el primer movimiento es parte del problema. Como escribió Barbara Barbosa Neves, “La soledad no deseada muchas veces se combate con un acto: mostrar disponibilidad real al otro”. ¿Podría ser un antídoto?
La disponibilidad y conexión genuina.
No necesitas tener tiempo libre, ni estar “perfecto emocionalmente”. Solo necesitas salir de la burbuja personalizada del yo y caminar hacia el otro. Te lanzamos un reto sencillo, pero poderoso:
Una acción diaria: dar un abrazo al día. Puede ser con una llamada, un mensaje, un gesto… o, por qué no, con un buen abrazo de los de verdad. ¿Te animas a repartir un poco de cercanía cada día? Y si te gusta la idea, ayúdanos a correr la voz compartiéndola en tus redes.
¡Entre todos, sumamos más abrazos!
Notas
Feed | se refiere al estilo o estética visual de un perfil en redes sociales.
Social prescribing | es un enfoque que conecta a personas con necesidades sociales, emocionales o prácticas con actividades, grupos y servicios en sus comunidades, con el objetivo de mejorar su salud y bienestar