Acoger desde el corazón y concretamente
Emergencia por la guerra de Ucrania
Cuando estalló la guerra de Ucrania yo, como muchos, sentí fuerte el deseo de poner mi granito de arena para ayudar en una situación tan desastrosa y dolorosa.
Enseguida y se podría decir que “por casualidad”, tuve la oportunidad de acoger en mi casa a una mamá ucraniana y su hija de 4 años, que habían venido a Madrid huyendo de la guerra y estaban en un centro de acogida para refugiados. No lo pensé y aproveché la ocasión. El 23 de abril de 2022 llegaron a mi casa, entraron en mi vida y empezó una aventura que, a día de hoy continúa.
La verdad es que nunca pensé vivir una experiencia así, fuerte, muy fuerte y nada fácil. Llena de matices concretos y a la vez profundamente espiritual.
Muchos han sido y son los desafíos: empezando por la lengua (y eso que A, la mamá, sabe un poco de italiano y nos servía para comunicarnos).
Empadronarlas, darles de alta en el médico, buscar cole para Y. (la niña) fueron los primeros trámites de un sinfín de ellos que me han hecho vivir situaciones nunca imaginadas.
¡Qué difícil lo tienen las personas que vienen a vivir aquí y dejan su país, su tierra, sus costumbres! ¡cuántas trabas se encuentran!
Ni os cuento la de citas previas que he tenido que pedir, la de horas pasadas en la Embajada de Ucrania, en Cáritas o en Cruz Roja, o la de ventanillas de organismos oficiales que he visitado, acompañándolas para ayudarlas y a veces también sola cuando la mamá estaba trabajando y no podía acudir. Papeleos interminables y formularios que hay que rellenar y que ellos, los extranjeros, no siempre entienden pues incluso a mí, española que hablo bien el idioma, me costaban…
Desde el primer momento entraron a formar parte de mi familia natural y del Movimiento al que pertenezco, en la que todos, hermanos, sobrinos, amigos… las acogieron con gran cariño. Esto fue toda una novedad para ellas pues, el sentido de familia que tenían era muy diferente. La verdad, es que A, traía una gran “mochila” a sus espaldas y no solo como consecuencia de la guerra.
Por su cumple, le preparé una fiesta “sorpresa”. Estaba feliz, parecía una niña tan pequeña como su hija; con qué ilusión abría los regalos: unos zapatos, crema para las manos, un bloc de dibujo y pinturas… También una entrada para el Museo del Prado porque ha estudiado Bellas Artes, es una artista, pinta y dibuja genial. Aquel día disfrutó un montón y es que nos dijo que era la primera vez en su vida que le habían hecho una fiesta de cumpleaños. Cumplía 37.
Desde el principio fueron surgiendo grandes diferencias culturales, hábitos muy distintos, formas de entender la vida muy diversas a las mías. A veces me resultaba muy difícil entender algunos comportamientos, o reacciones suyas. Y muchas veces estas diferencias me han superado, he querido “tirar la toalla”, he dicho ¡no puedo más! Menos mal que siempre se puede volver a empezar.
Descubrimiento
Poco a poco voy descubriendo que cuando acoges a quién está junto a ti, tienes que acogerlo tal como es, no como te gustaría que fuese y tienes que respetar su libertad, su cultura, sus decisiones, su forma de pensar y de actuar, incluso su forma de equivocarse…
Este, sin duda, está siendo el reto más grande para mí. Por otro lado, tenerlas en casa es toda una escuela, una ocasión continua de dar la vida y os aseguro que no es una frase hecha, sino una realidad de cada momento. A veces, en cosas muy pequeñas y sin importancia: preparar la comida como a ellas les gusta y no como yo la hacía, jugar con Y. y aceptar que anden descalzas por la casa (aunque a mí no me guste); atravesar todo Madrid para que Y. y mi sobrino nieto I. pasen el día juntos porque son de la misma edad y se hicieron rápidamente inseparables. Son como Zipi y Zape.
Hacer el recorrido, en pleno y caluroso verano, en el transporte público, para que A. aprendiera el camino a un nuevo trabajo. Cuantos días, después de cenar Y. y yo, hemos cogido el coche y nos hemos ido a esperarla a la salida del trabajo, cuando le tocaba doblar turno y salía agotada, para que no tuviera que coger el tren y el metro para volver a casa…
También económicamente ha supuesto todo un reto. Los gastos se han multiplicado y mucho, pero la cadena de solidaridad y generosidad que se ha generado en todo mi entorno, ha sido grande.
La Providencia se ha hecho presente de mil modos, A. ha podido trabajar casi todo el tiempo, aunque de forma intermitente y también la Fundación Igino Giordani nos ha ayudado al principio del año 2023 y ahora, pagando un curso de formación que A. acaba de terminar y esperamos le facilite el acceso a un trabajo más estable.
Momentos inolvidables
Muchos momentos vividos que nunca voy a olvidar, unos alegres y divertidos, como los días de vacaciones en la playa, o cuando hemos ido al circo, a un concierto o un espectáculo de danza española, las excursiones o simplemente comer “de picnic” los bocatas que he preparado, en el parque de al lado de casa.
Pero otros muy duros, por ejemplo, cuando Y, más de una vez, me ha preguntado: Carmen ¿por qué llora mamá? O cuando A. hace solo unas semanas, me ha llamado desde el trabajo para que la niña no se enterara, desolada porque una bomba había caído en su pueblo y la han avisado que su madre estaba en el hospital, herida de metralla, aunque fuera de peligro…
Reflexión
Está resultando ser una experiencia profundamente espiritual porque me ha hecho reflexionar sobre vivir con generosidad y compasión. Ahora entiendo mejor el valor de renunciar a nuestras comodidades personales y aceptar los desafíos que la vida nos presenta. Luego, me encuentro enriquecida con otras formas de ver la vida con otras perspectivas, lo cuál me hace ser una persona más abierta y flexible.